Carles Capdevila / Periodista ( Avui , 25 de
octubre 2009)
Educar debe de ser una cosa
parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario
de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y
chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora
de volver a casa.
Lo hemos llamado
sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti
sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha
pasado a la coca. Sorprende que haya tanta
literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el
primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro
para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi
hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre dos y doce años
no tienen quien les escriba. Desde que
abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren),
desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado
al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos
fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos
hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos
a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar,
hacemos una siesta educativa de diez o doce años . Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el
momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela.
Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los
colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo
dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los
adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No
lo han intentado siquiera. Los maestros
hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un
problema. Pido perdón tres veces: por
colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo
hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es
-lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé
que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP,
me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me
sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo
que se le pide a un periodista esta semana). Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela
sea 'fracaso' y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto
'problema', y que 'maestro' suela compartir titular con 'huelga'. La escuela
hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y
vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única
solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente:
empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo,
el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los
maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a
educar a mis hijos? Por esto me duele que se
hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran
por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres
palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa
de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación,
buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados. Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente.
Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los
valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza
imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os
transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las
criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la
misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de
ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la
influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de
colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los
alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo
que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él. |
Muy cierto.
ResponderEliminarLa autora pone el acento en la defensa de los profesores, pero es que la educación se recibe en casa. Somos los padres los que educamos.
Los profesores ayudan, forman, orientan... pero incluso con un mal profesor (que también puede haber) la labor de los padres conseguirá llevar al niño a ser un adulto educado y formado.
En suma: Es una tarea compartida pero que se debe hacer en casa. ¿O no?
Me ha encantado el articulo, gracias por compartirlo. Es cierto que debe ser una tarea compartida entre padres y maestros, pero que no se si por comodidad o por desconocimiento se suele dejar para el colegio. Amen de esto veo interesante tambien hablar de una educacion integral, que desarrolle la inteligencia emocional en nuestros hijos, muchas veces creemos que es mas importante que lleven bien las matematicas, y el resto de materias curriculares, olvidandonos de dotarlos de otras armas, de manera conjunta eso si, que los haga mas capaces de enfrentarlos a la vida.
ResponderEliminarMe ha sorprendido que este periodista, con su currículo, diga que no hay literatura para niños de 2-12 años. Pues SÍ la hay, y mucha. Me estoy terminando de leer el libro “Ni rabietas ni conflictos” de Rosa Jové. Es para niños de 0 a 12 años.
ResponderEliminarCreo que cada vez somos más padres los que intentamos “no echarnos la siesta” pues la labor de educar y formar a nuestros hijos es demasiado importante.
Afortunadamente contamos con la ayuda de los profesores, con su paciencia, dedicación, formación y muchas horas de trabajo, fuera de su jornada laboral. Sólo tengo que ver a mi hijo para saber la gran labor que ha realizado su profesora.
Charo (madre de Andrés).